viernes, 17 de abril de 2015

Dos viernes

Pensar en frío. Dejar pasar el momento en el que todo está reciente. Intentar que la cabeza amanse al corazón... Y hoy hace dos viernes. Y sigue doliendo igual.
Podría decir tantas cosas. Tantos despropósitos. Tantas mentiras. Tantos engaños. Tanta vergüenza ajena. Tanta rabia. Tanta impotencia. Y sobretodo, tanto, tanto dolor...

Pero hoy me vienen demasiados recuerdos. Hoy habla el alma y me cuenta las horas que pasó aquella que hoy cumple 86 primaveras cosiendo dobladillos, forrando botones que luego había que descoser para lavar la túnica (por eso mi madre nunca quería que saliéramos el domingo de resurrección) cogiendo el bajo para que valieran las túnicas a las nuevas generaciones de la familia. Hoy vuelve a resonar el sonido de aquella vieja alfa verde y la veo allí...con ese rayo de sol que entraba por la ventana, para que tuviéramos todo listo.

Y en mi mente sigue presente aquel viernes, de hace ya 17 primaveras. Escayola y muletas, fractura de tibia y peroné, y alguien que mandaba su paso, aún con cara tapada se me acerca y me da una flor suya. "Toma preciosa que el año que viene vas a estar con nosotros" Aún conservo esa flor seca, entre mis pequeños grandes tesoros.

A partir de entonces, siguieron muchos viernes, llenos de ilusión. Pero antes de que llegaran, estaban los sábados esperando impacientes un ensayo, y sobretodo, un beso. Un beso para el que llenábamos bancos enteros. Un beso para el que nos poníamos nuestras mejores galas. Un beso que te quitaba el aliento. Un beso al que acompañaba una caricia en su mano. Un beso tras el que había mucha, mucha inocencia. Un beso que unía, y que hacía HERMANDAD. Un beso...Un beso con todo el amor que guarda una Madre.


Tampoco había grandes altares. Ni un gran paso. Ni siquiera una corona. Solo un pequeño dosel guardado en "el zulo" todo el año y un centro de flores a sus pies. Pero si que sobraba una cosa: ilusión. Ganas de crecer. 

Había horas de convivencia. Cenas de hermandad. Llevar nuestra ilusión a los amigos de otras hermandades, con los que hacíamos muchas actividades. Recuerdo especialmente aquellas convivencias en Huerta Carmela a las que éramos invitados. O las alfombras del corpus, en las que acabábamos teñidos de colores. Los encuentros de jóvenes cofrades, los partidos, las charlas, las reuniones...

De las cosas más grandes que me han pasado en la vida, ha sido la dicha de poder compartir con mi hermana todo aquello. De que siguiera mis pasos. Primero, vistiendo esa túnica, que era nuestro orgullo. Caminando junto a Ella cada viernes santo. Aguantando horas de sol, parones y agotamiento, con la recompensa de estar cerca suya. Más tarde, con un costal, teniendo el privilegio de ser sus pies. Sintiendo su mano cogiendo la mía en los momentos difíciles. 

Después, otra vez vuelta a la túnica, con el mismo orgullo o más si cabe. Y ahora... Ahora toca estar lejos, pero más cerca que nunca.

Son tantas las cosas, tantos momentos, que sería imposible borrarlos. Pero sobretodo, tanta gente con la que he podido compartirlos. Allí encontré a la que hoy sigue siendo mi mejor amiga, aún en la distancia. A un capataz, que conseguía transmitir sus mismas emociones, su misma ilusión. A un montón de gente buena, que ahora forman parte de esa familia que elegimos.

Dos viernes...Y el sueño sigue durmiendo.