lunes, 22 de julio de 2013

Mi hermana, mi orgullo


Nunca entenderé como hay hermanos sin hablarse, por fuerte que haya sido la discusión. Tal vez porque yo no me imagino sin hablarme con mi hermana, y aunque la distancia física es dura, la del alma nada la puede. Si alguien me pregunta a quién admiro, sin dudarlo, por encima de todo, es a ella. Porque siempre consigue lo que se propone. Porque nadie le ha regalado nada. Todo se lo debe a su tesón y esfuerzo, y también, por qué no decirlo, a su cabezonería.

Mi hermana es médico, se implica con cada paciente cómo si fuera su propia vida la que está en juego. Pero no es de esos médicos que se conforman con el primer diagnóstico y se va a casa tan tranquilo. Es médico de los que ponen todo el corazón, porque para ella un caso, no es un número de historial, si no que es una historia en sí. Una familia que espera, una mirada que alberga esperanza, una lágrima de rabia...Es de las que llora de impotencia si no puede hacer más o salta de alegría por haber salvado una vida. 

A mi nunca me gustaron los hospitales, ni las batas blancas, ni los pijamas verdes. Ni me gustarán. Pero ojalá hubiera más médicos como ella, porque una profesión así, necesita mucha vocación, algo que a ella no le falta. Si hay algo de lo que jamás dudaré es de su valía, de su intención. Y nunca ha sido otra que querer lo mejor para sus pacientes. Y cómo no, para los suyos.

La he visto sufrir por personas que esperaban su hora y la he visto celebrar victorias ante esa sombra de guadaña que tanto miedo da. Comprometida con cada causa, de las que saben que quejándose no se cambia el mundo, si no que se implica desde dentro. Bien lo sabe quien ha sido testigo de sus labores humanitarias en el tercer mundo, eso es "amor al arte"

Pero como muchas otras cosas en la vida, para ser una buena profesional, antes hay que ser buena persona, y eso es lo que me hace sentir más orgullosa de ella. Porque para curar el cuerpo, hay que ser de corazón limpio y tener el alma sana. Y para trabajar con personas, hay que ser bueno. Y mi hermana es buena. Muy buena. La mejor. Y no es porque sea mi hermana. Es porque se lo ha ganado.

Gracias por compartir conmigo mis grandes pasiones, por estar a mi lado siempre, porque no hay distancia que pueda con eso. Gracias por hacerme sonreír incluso entre lágrimas y por haber estado dispuesta siempre, desde la pasión de la medicina, a ayudar a todos los que te lo han pedido, a todos los que quieres o quiero, a todos los que no te dejan indiferente.

Te quiero.



1 comentario:

Mada dijo...

Esto...esto es algo mas que una entrada, ojala y mucha gente leyera cosas con tanto sentimiento, amor y devoción por lo que realmente importa hoy en día, el amor a los tuyos, el cariño a la familia y no doler prendas en ensalzar lo mas intimo y hondo del ser...sus seres queridos. Tremenda lección de amor, y enorme y única clase magistral sobre la poca o nula importancia del ser o el creerse.
Sanisima envidia. Un saludo