Cuando por fin terminaron, la hembra se metió dentro, sacando la cabeza de vez en cuando, a la espera de que el macho le trajera alimento para ella y sus crías.
Con paciencia infinita consiguieron su proyecto y cuando las crías tuvieron una semana, volaron todos del nido, con rumbo a otros lugares.
A mi, que las observé durante semanas, me dieron una lección de constancia. Y es que en la vida, todo es cuestión de ello. De no rendirse aunque haya días en los que no se pueda construir porque las nubes lo impidan, de proyectar objetivos y metas, de aprender que todo, por pequeño que sea, aporta...
Justo por aquellas fechas, también yo comenzaba un pequeño gran proyecto en mi vida. Y ahora, que las golondrinas han vuelto a mi balcón, que se abre una nueva primavera, como dijo el poeta de los poetas, aquí seguimos, con nuevas metas, con la ilusión de seguir creciendo, de aprender día a día, de ilusionarme con cada click...
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
nadie así te amará.
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