Cuando sonaba la campana de la Catedral avisando de que era la hora del cierre, todos apurabamos los últimos minutos, sin querer abandonar aquel lugar más mágico que nunca. Incluso hubieramos dormido allí si nos hubieran dejado. Ha sido un sueño hecho realidad, y aunque ni mi querida Misericordia ni mi Nazareno estaban allí presentes, de alguna manera los sentía a mi lado.
Los he visto estos días dentro de la Catedral en muchas ocasiones: en las lágrimas de emoción de la buena gente del Cautivo cuando cruzaron el dintel de la puerta de la Catedral el pasado miércoles. En la sonrisa feliz de la gente de la Esperanza mirando su palio embobados. En el brillo de los ojos de mis amigos de la flagelación cuidadando cada detalle de su Madre del Consuelo... Los he visto reflejados en el manto blanco de esa morena que nos preside y que estos días ha sonreído más que nunca cuando un pertiguero llamó a su puerta para cobijar a un Cautivo acostumbrado más bien a rinconcitos pequeños y que tuvo la dicha de tener el lugar preferente ante Ella.
He sentido a mi Virgen de la Misericordia en el olor a jazmín del palio de verde Esperanza y he sentido a Jesús Nazareno en el sabor a canela de la nube de incienso de los acólitos del Prendimiento. Los he sentido en el abrazo de los costaleros del Consuelo y en las lágrimas de un presidente casi extasiado. En el nerviosismo de los priostes para que todo estuviera a punto, en el de los vestidores y camareras para que sus titulares lucieran más bellos que nunca y también los he sentido en cada revirá mágica de un Cautivo que en Silencio supo Consolar y dar Esperanza a una ciudad entera.
Gracias a todos los que lo han hecho posible, porque me habéis hecho FELIZ.