viernes, 21 de octubre de 2011

Mi Ciudad Real de ayer y hoy

Me gusta la ciudad dónde he nacido y me ha visto crecer. Guardo especial cariño a sus calles, a sus barrios, a sus parques. De pequeña he pasado mis tardes entre los aledaños de la Plaza de Toros y el Cuartel de la Guardia Civil. De estos sitios, recuerdo el mercadillo que entonces se hacía allí, y las Fiestas del Pilar, dónde el Cuartel se vestía de gala durante varios días. 

Bajaba cada tarde a jugar a "La Plazuela" que no es otra que aquella placita dónde se encuentra la iglesia de San Juan de Ávila, dónde cada domingo asistía a misa de la mano de mi Yaya. En verano, se realizaban un montón de talleres de actividades.  Las noches de verano, nos bajábamos nuestras propias sillas plegables (la mía muy pequeñita, con un estampado de flores marrón, típico de la época) a los "jardinillos del cementerio" dónde había columpios de toda clase: toboganes, balancines, la "red araña"... y las mañanas de domingo tocaba ir a los "jardinillos de los soldaos", dónde jugaba mientras mi tía Mari leía el periódico que previamente comprábamos en el kiosko, con el correspondiente dominical. Recuerdo que allí me regaló mi primer libro, "Cuentos de Grimm". Muchas tardes de domingo íbamos al cementerio a ponerle flores a la tumba de mi abuelo, tal vez por eso a mi nunca me ha sobrecogido especialmente este lugar, cómo si lo hace a otras personas. Siempre lo he visto cómo algo normal. 


También recuerdo los días de lluvia, a través de la ventana de la salita de estar de casa de mi Yaya. Desde allí se divisaba un gran árbol que estaba al fondo del patio del cuartel, casi pegado a la ventana, viendo pasar los años. Me encantaba ese árbol, siempre estaba lleno de pájaros y podía escucharse su murmullo entre las ramas. En el patio del cuartel, siempre había muchos niños jugando al balón.

Otro de los barrios dónde he pasado muchos momentos ha sido el de la Morería, pues mis padres pasaban largas jornadas trabajando en el restaurante de mis abuelos, y mi hermana, mis primos y yo, pasábamos largas horas jugando en la calle, algunas veces en el patio del colegio Carlos Eraña, jugando a un 21 o a cualquier otra cosa. Nos encantaba la feria que tenía lugar allí a finales de junio, era de las más grandes de la ciudad.

En el Parque de Gasset, dónde se encontraba mi colegio, fue dónde mi hermana aprendió a montar en bici, de la mano de mi padre, y dónde yo pasé muchas tardes patinando en sus pistas, con mi amiga Mayte, a la salida del colegio, a las cinco de la tarde. También recuerdo cuando la feria se montaba allí, en sus paseos centrales. Yo era muy pequeña, pero tengo vagos recuerdos de aquello. Otras veces, preferíamos quedarnos en el barrio, jugando a la goma en alguno de sus callejones, Brunete mayoritariamente. Por las mañanas, antes de ir al cole, solíamos ir a comprar algo para el recreo a la tienda de Martín. Otras veces, la merienda la cogíamos en la tienda de Ana. También recuerdo las fiestas del colegio vecino, Hermano Gárate, cuando soltaban una vaquilla en el patio de enfrente de mi casa, y todos corrían delante de ella, muchos acababan revolcados por el suelo. También recuerdo la antigua estación de Renfe, tan cerquita de mi casa. 


Hoy miro atrás y veo tan cambiadas las cosas... Los jardinillos del cementerio han sufrido recientemente una profunda remodelación, seguramente a mejor, pero se me hace raro aún verlos así, al igual que los de los soldaos, dónde hace tiempo se derribó el antiguo cuartel de artillería. Al menos ahora se puede ver el Rectorado en todo su esplendor. El viejo árbol del cuartel testigo de tantas cosas, hace mucho que ya no está. En su lugar hay una especie de cochera dónde los guardias tienen sus coches, al igual que en todo el patio, ya no se ve un hueco libre, y los niños ya no tienen espacio para jugar allí. El mercadillo hace tiempo que cambió de lugar, ahora está en el barrio de la Granja, dónde llevaron desplazados a los vecinos de "Vista  Alegre", que con tanta premura tuvieron que salir de allí. Hoy, muchos años después, sólo encontramos en el lugar dónde se encontraban las casas de aquellas gentes, un enorme solar.


En el barrio de la Morería ya no hay fiestas, pasan desapercibidos los días que deberían ser grandes allí. Igual que en el Parque de Gasset pasa desapercibido ya el viejo edificio del colegio Ferroviario, que para mi, es el más bonito de la ciudad. Lo último que se escuchó fue que iba a ser destinado a museo de la semana santa, y hoy pasé por allí y con gran nostalgia vi cómo un par de operarios estaban tapiando sus ventanas con ladrillos y cemento. 

La tienda de Martín hace años que ya no está, la de Ana aún se conserva, debe ser ya de las pocas tiendas de ultramarinos tradicionales que quedan,  y las fiestas de los Gárate ya no son igual, ni los niños juegan por las calles tampoco.

Cada día veo cómo van desapareciendo los lugares dónde yo crecí, me pregunto a veces si sigo en la misma ciudad o me he mudado. Y si, me mudé hace dos años ahora. A un barrio de las afueras, dónde hasta hace aproximadamente un año, no hemos tenido línea de teléfono, ni de autobús. Ni siquiera estaba el acerado terminado para llegar hasta aquí andando, era una odisea. A la entrega de llaves, todo muy bonito, la foto para el periódico (pues son pisos de protección oficial) y ya está todo hecho. Así hemos estado olvidados hasta hace bien poco, cuando se acordaron que sería bueno que pasaran autobuses por aquí y que pudiéramos estar comunicados. Para alguien cómo yo, acostumbrada a tener todo a excasos 500 metros de mi casa, estar así ha sido difícil, la verdad. De los problemas que hemos tenido con el piso, mejor no voy a hablar ahora, porque no procede, sólo diré que de estas cosas ya no se acuerdan los que luego salen en las fotos.

Somos testigos a menudo de cómo van desapareciendo nuestros recuerdos, derribados sin piedad por grandes gigantes de hierro. No sé la cantidad de solares que puede haber en el centro de nuestra ciudad, esperando, algunos ya muchos años, a que construyan algo, o en el mejor de los casos, pongan un castillo hinchable, que total, para reemplazar un edificio de pueblo del siglo XIX, lo mismo da... Ironías aparte, me pregunto quien pone precio a nuestros recuerdos, quien juzga el valor histórico de unos muros que poco a poco van desapareciendo.

Me pregunto también últimamente cuanto tardarán en derribar la vieja librería Aspas, dónde a buen seguro todos hemos comprado un libro alguna vez. Todo allí tenía sabor a rancio, incluso su dueño, que me recordaba a la tienda de antigüedades de la película de los Gremmlis, la cuál me encanta, por cierto.

La cultura y las tradiciones cada vez se fomentan menos. Lo último ha sido el concurso de belenes, organizado cada año por nuestro Ayuntamiento. Nunca entendí cómo el jurado de tal concurso se podía componer del pandorgo de turno de cada año, el hermano mayor de una hermandad de gloria, y algún funcionario del área de festejos, con todos mis respetos a cada uno de ellos, claro. Pero en mi ética no entraría formar parte de un jurado en un concurso de bolillos, por ejemplo. Este año, cuando aún no se han hecho efectivos los premios en metálico del año anterior, recibimos la noticia, de que el próximo premio sólo consistirá en el tradicional icono. Yo no me considero belenista, pero algo entiendo, y sobretodo, se del esfuerzo que supone realizar un belén. Porque hay una diferencia muy grande entre "montar un belén" y "hacer un belén" y seguro que más de uno sabéis de lo que hablo, cuando pasado San Antón, desmontáis el vuestro y empezáis a realizar construcciones para el del año siguiente.


Tampoco se fomenta ya el arte de la fotografía, y este si que me afecta más directamente. Me da mucha lástima mirar a los pueblos de alrededor y ver cómo todos apuestan por ella con diferentes concursos, exposiciones, certámenes... Qué diferente es esto en mi ciudad desde hace unos años. 

Creo que aquí un concejal de cultura lo tiene que pasar realmente mal, pues lo paso yo cómo ciudadana. Es cierto que siempre que hay una crisis de dónde primero se recorta es de estas cosas, y comprendo que antes de tocar servicios sociales, sanidad o educación, le toque a la cultura. Pero espero que las medidas sean iguales para todos, y que no sólo se empleen con los pequeños colectivos cómo es el caso de los belenistas.

Actualmente vivimos en una Ciudad Real dañada gravemente por la mano del hombre. Rabia es lo que siento cuando veo fotografías antiguas y descubro ese encantador Ayuntamiento, esa calle Ramón y Cajal o la tradicional Alarcos. Ese empedrado del suelo, que hasta hace unos años, podríamos ver en el barrio de Pio XII, dónde estaba el cine de verano y el antiguo hospital de Alarcos, otro edificio del que aún no sabemos cuál será su destino. Ojalá no acabe hecho añicos, moriría con él otro de mis recuerdos de infancia: cuando iba muchas tardes al costurero a esperar a que mi abuela terminara de trabajar. 

Tampoco sabemos muchas veces cuando paseamos por nuestra ciudad, si nos encontramos ante una iglesia, una cochera o el edificio de Correos. Los nuevos arquitectos o los encargados de diseñar estos lares, no creo que hayan rezado mucho, pues las iglesias más recientes, invitan poco a ello. Siempre me he preguntado cómo antiguamente, sin máquinas, solo con mano de obra, se han construído grandes templos y catedrales, y ahora, con mucha más tecnología, vemos iglesias que se nos hace complicado incluso hasta identificarlas cómo tales. También habría que hablar de las restauraciones que han sufrido nuestras iglesias más queridas a lo largo de las últimas décadas, pero eso lo dejaré para otro momento. 


Hoy por alguna extraña razón, me ha invadido la nostalgia, y me he puesto a pensar en todo esto... Tal vez me haya resultado duro ver cómo tapiaban las ventanas de mi antiguo colegio... Pero esta es mi ciudad, a la que quiero y la que me duele.

1 comentario:

Miguel dijo...

Preciosa entrada Sonia... si a todos nos doliera igual la ciudad como a nosotros.. otro gallo nos cantaría...