Recuerdo con mucho cariño aquella mañana. Le había rezado aún sin conocerla, sin saber cómo sería su cara. Estoy segura de que algo tuvo que ver con el buen resultado de mi exámen. Cuando salí de aquellas salas llenas de folios y de nervios, me dirigí a aquel lugar. Abrí la puerta, sin saber muy bien qué me encontraría al otro lado. Y allí, al fondo, estaba Ella, brillando con un resplandor impresionante. De pronto, creía haberme trasladado sin darme cuenta a la bella capital hispalense, a la que tanto cariño tengo. Y creo que de alguna manera, Ella se trajo aquella mañana los aromas de azahar bajo su manto. La envolvía la ilusión y los ángeles vinieron a ponerle la corona sobre su cabeza. Aquel barrio humilde tenía ya a su Reina. Recuerdo las sonrisas en los rostros de su gente trabajadora. Un vaivén de personas entraban y salían, ultimando con mimo todos los detalles. Se cerraron las puertas, esperando la llegada de la tarde. Se estaba viviendo un nuevo Domingo de Ramos en pleno noviembre. La gente empezaba a llegar, y la iglesia se quedaba pequeña. Las llamas de la ilusión se encenderían una a una y las vidrieras brillarían más que nunca con el resplandor que había surgido allí. El frío invierno se tornaba de dulce saber a primavera y nacería en los corazones un sentimiento que se guardaba Cautivo.
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