Cuando el cariño no entiende de tiempos, ni edades, y las arrugas no son más que el fiel reflejo de la sabiduría, de la experiencia de la vida. Cuando las miradas dicen tanto y las manos acarician con la ternura del corazón. Entonces siento el suave tacto del amor fraterno, el sabor de la fusión entre lo añejo y lo nuevo...
Y la vida, en estado puro, haciéndome los más grandes de los regalos. ¿No soy una afortunada?
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