Despertar en Sevilla un Domingo de Ramos, es, sin duda, una de las cosas más bonitas del mundo. Cómo el niño que estrena zapatos nuevos, la ilusión por ver al primer nazareno por las calles, camino al templo, es radiante. Y cómo ese primer nazareno, y tras tres años, volví a dirigir mis pasos al barrio del Arenal, ese al que tanto cariño guardo, y que él guarda un trocito de mi corazón.
Mi domingo de ramos, sabe a Molviedro. Sabe a sones de tricornios llegando a esa placita que desafía a multitudes. Sabe a esperas al sol y a aplauso al abrirse la puerta de una humilde capilla. Sabe, este año, a túnica morada y una mirada al cielo que pide Misericordia. Sabe a compás y a laguna. Sabe a la misma Gloria...
Y tras Él, una Paz radiante, fruto de la Victoria más bella. Y una borriquita que se abre paso entre la juventud. Una Cena que será la última, una Buena Muerte, que suena a clásico, a Madre y Maestra, seguida de una Hiniesta radiante. Unas Penas que nos hacen soñar con una próxima Madrugá entre la Gracia y Esperanza de una Madre. Y al llegar la noche, se torna de Amargura despreciada por Herodes, para dar fruto a un Amor infinito que irradia de la más radiante Estrella.
Mi Domingo de Ramos es así, siempre igual, siempre distinto. Un día en el que la ilusión es la cofradía más completa. Y aunque se echen de menos cosas, aunque no tengamos al lado a todos los que quisiéramos, la magia de la ciudad de los sueños es tan grande, que las Penas mueren en Triana, entre la Esperanza de un barrio que siente de una manera especial.
Mi Domingo de Ramos es, entre los míos, es el día del primer nazareno, y de las primeras estampitas. Es el día de abrirse paso entre las bullas. Y también es el día de acordarse de un Cautivo que pasea de túnica blanca entre los mismos ángeles, esperando la tan ansiada Salud.
Mi Domingo de Ramos es...uno de los días más bonitos y especiales del año. Sin duda.
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